Ríete tú de los atascos, pocas cosas hay más estresantes que la cola del supermercado. Te dan por todos lados, tienes que estar muy bien entrenado para salir de allí indemne, demasiados flancos que guardar. Llegas con tu carrito lleno de viandas, esas que te vas a empujar durante la semana, y tienes que escoger dónde te posicionas. Eso sí que es SEO, seguro que hay un algoritmo desconocido para dar con la cola más rápida.
Pero nos guiamos por las apariencias y así nos va. Entre la señora parsimoniosa y el treintañero espabilado con cara de comerse el mundo, nos ponemos detrás de éste. De pronto vemos que la cola de al lado empieza a correr y nosotros nos quedamos parados detrás de una cesta con ocho artículos. Resulta que al treintañero no le pasa el código de los condones ni tecleando. Ya empezamos mal.
Estamos terminando de colocar la compra en la cinta cuando notamos un hierro clavándose en nuestros talones. Tres veces.
- Uy perdón -dice la señora de atrás- No me di cuenta, no sabía que estaba usted delante.
Y celebrando tu reciente invisibilidad, sigues a lo tuyo después de hacer un intercambio de cromos con tu guardaespaldas ocasional. Ya falta menos.
Pones la barrita separadora y de pronto tu compra se compacta. La señora de atrás, que lleva mucha más prisa que el resto de la humanidad, ha decidido utilizar la barrita a modo de bulldozer. Le miras fijamente y ella dice:
-Uy perdón, no sabía que esa era su compra.
Por fin llega tu turno y sonríes a la cajera. Ella también sonríe y empieza a pasar tus cosas por el scanner a una velocidad del diablo. Las latas de fabada caen encima de los huevos, los frascos de conservas chocan entre sí y se empieza a formar una montaña, cuando de pronto dices:
-Me das bolsas ¿por favor?
Las bolsas no se abren ni soplando. Por fin te chupas un dedo y la cosa funciona, y cuando terminas de abrir la bolsa y vas a meter dentro las peras, una voz te saca de tu ensimismamiento:
-Son ochenta y siete con treinta y ocho.
Dejas la bolsa a un lado y buscas la cartera. La señora de atrás tiene su cadera pegada a tu culo, si no fuera por lo que es, podrías hasta excitarte y todo. Sacas dos billetes de cincuenta, y cuando vuelves a coger la bolsa escuchas:
-No tendrás treinta y ocho céntimos?
Treinta y ocho. Ahora vas y buscas tres monedas de diez, una de cinco, una de dos y una de uno en ese monedero que es un agujero negro, mientras la señora de atrás se calienta, tu compra es una montaña y la cola se pone interesante.
Te pones chulita y digna, haces como que no has oído nada y consigues llenar dos bolsas. La cajera echa chispas por los ojos, empieza a meter lo que queda de compra en bolsas y entonces tu TOC se agita: ha puesto el lavavajillas junto al pan y los muslos de pollo con el gel de baño. El fin del mundo está cerca y sacas los putos treinta y ocho céntimos.
Tienes las vueltas en una mano, en la otra la cartera y te están dando por detrás para que quites el carro y desaparezcas. Ya sabes, eres invisible pero ocupas una barbaridad. Empujas el carrito con los antebrazos mientras guardas la pasta en la cartera y juras que la próxima vez lo pondrás todo en el carro tal cual, embolsarás ya en el coche y no llevarás calderilla en el bolsillo.