Dice Anna Mayer que el
desayuno en tránsito es mejor el segundo día, cuando ya sabes qué se
pone en la mesa y te levantas con las cosas claras. Esta era mi segunda
visita al Hotel Marqués de Riscal y después de la primera noche esperaba
con ganas el momento del desayuno. Tenía claro qué iba a caer: atacaría
con ganas la torta caldosa y me atrevería con el huevo a 65º, que se
escapó de mis manos en la primera cita. No perdonaría los quesos y
derramaría aceite de oliva virgen sobre el pan de Elciego. Me dejaría
tentar por la bollería de la casa y sería la última en abandonar la
mesa.
Desayunar con amigos me vuelve loca. Cuando
viajamos juntos, intento ser la primera en bajar a la mesa y la última
en marchar. La tertulia siempre es más real, más fresca. Llegamos con la
guardia baja, sinceros, recién peinados y aún somnolientos. No nos
podemos engañar, no hay tiempo para componer la pose. Nunca comemos más
desnudos que a primera hora del día.
El desayuno de Marqués de Riscal es sin duda uno de los mejores que he probado. Ni siquiera el suntuoso petit dejeneur del Château des Briottieres logra hacerle una micra de sombra.
Una carta de platos calientes y salados que es toda una sorpresa, y un buffet espectacular que forma
una L perfecta en la que elegir es difícil: champagne y
fresones, pan de romero, de centeno, tostadas de pan de Elciego con
matequilla de Soria. Zumos naturales de naranja, pomelo, uva, piña. Café y carta de tés. Fruta y embutidos a discreción.
Una vez en la mesa, te dan la carta para que vayas escogiendo algún
plato caliente, y llega un cestillo con pan recién tostado con aceite de
oliva virgen extra. ¿Qué escoger? Huevos fritos con puntillas, tortilla
española con patata alavesa, huevo a 65º con bastones de pan, butifarra
catalana, panceta riojana, hongos naturales salteados. Para morirse ahí
mismo. A mi huevo a 65º le hice un monumento, no os digo más.
Y los quesos. Ay, los quesos. Una torta del Casar recién abierta,
como para tirase en trampolín dentro. Idiazabal, manchego y Cabrales,
con membrillo para los dulceros. Aceites de oliva
virgen extra presentados comme il faut, en su botella original y con
tapón: Abbae (arbequina) de Hacienda Queiles y Conde de Argillo (picual) eran dos de las elecciones posibles.
Todo esto se resume en que me puse como el tenazas, con mención de honor a la torta caldosa. Susana, la señora Webos, se hizo con la receta tras una sutil petición a José Luis Muguiro, director Comercial de Marqués de Riscal, que desayunaba en la mesa de al lado. Por más que la hago no dejo de añorar la que hace Edu en la cocina del hotel, creo que en la harina que allí utilizan está la clave de la receta.
Quizá
falte explicar qué hacíamos allí. Una veintena larga de bloggers, en su
mayoría gastronómicos, fuimos invitados por la bodega a vivir la
Experiencia Riscal. No solo a probar sus vinos, sino a vivir durante
casi tres días todo lo que la Ciudad del Vino ofrece.
Nos hicimos
fuertes en el Spa, aprendimos sobre vinos en una clase magistral con Rafael Ruiz Isla, responsable del Aula Marqués de Riscal. Bebimos y comimos de la mano de Francis Paniego, paseamos por Elciego,
dormimos en camas que no son de este mundo. Disfrutamos por unas horas
de la compañía de Jose Luis Muguiro, quien seis meses antes lanzó el
guante para realizar este encuentro, y nos vimos agasajados por un ramo
de detalles pensados y materializados por el equipo de comunicación de
Marqués de Riscal (gracias Ramón, Rocío y Esther).
¿Qué hicimos después de este desayuno? Disfrutar de un privilegio: