No soy amiga de hacer resúmenes a final de año, ni tan siquiera si es Facebook quien te los ofrece en forma de imágenes, pero este 2012 que acaba ha sido una montaña rusa y siento la necesidad de hacerlo. Este año he vivido lo peor y lo mejor. El dolor de los primeros meses dio paso a la ilusión sin dejar que me hundiera en la tristeza, tan solo una tregua de 15 días oscuros.
En enero visité a mi familia en Donosti y, cuando al despedirme miré a mi padre, presentí que podía ser la última vez que lo veía con vida. No fue exactamente así, pero después de ese viernes él nunca más volvió a casa. La siguiente vez que cogí su mano estaba en un hospital. Me miraba con una sonrisa y los ojos enfocados en otra película, ajeno por momentos a la realidad. Pasaba de decir con voz clara -estoy bien, a perderse en vericuetos verbales y vitales inalcanzables para nosotros. El pronóstico pintaba mal, tan mal como pinta el final.
Fueron días de viajes en la niebla, en la nieve. Madrid, Donosti, Madrid y vuelta a empezar, intentando mantener mi ritmo de trabajo en la medida de lo posible. Fueron días de amor. De ese amor que das y recibes cuando ya no queda esperanza. De pronto despertaba y te decía, -pues claro que sé quien eres, moviendo la cabeza con la cadencia hipnótica del Parkinson y te hacía feliz. Las dos horas de acercarle la cuchara a la boca te hacían feliz. Que se le escapara una lágrima cuando le ponías los auriculares para que escuchara a Nat King Cole te derrotaba y te hacía feliz a partes iguales.
Aquel padre poderoso fue esas semanas una criatura en nuestros brazos. Cuando murió, yo estaba en carretera camino de Donosti. Al oír el tono del teléfono lo supe. 20 minutos parada en la N1, vuelta a casa a recoger al resto de mi familia y un viaje al norte en silencio. Fundido en negro.
Diez días más tarde sonó el teléfono. Mi perfil encajaba en un puesto de trabajo y querían hablar conmigo. Me costó asimilarlo unos minutos, era la oportunidad que llevaba buscando tres años y sentí un enorme vértigo aplacado en parte por una punzada de ilusión. Quince días después empezaba a trabajar en Nurun como responsable de la comunidad online de uno de sus clientes más importantes: Gallina Blanca.
Tres años persiguiendo un sueño y quince deseando un nuevo horizonte laboral. Me costó dejar atrás el equipo de Weblogs S.L, hubo alguna lágrima contenida al desvincularme de la lista de correo de Decoesfera. Dejé un equipo increíble para integrarme en IMO, los chicos de Social Media de Nurun, donde encontré calidad y buen cobijo desde el primer día. Talento y sonrisas, gente que deja huella.
La experiencia ha durado apenas 9 meses, termina con el año y en 2013 empieza otra etapa igualmente ilusionante. Atrás queda un impagable aprendizaje, grandes compañeros, litros de café tomados en buena compañía, cantidades ingentes de comida para compartir y la experiencia de trabajar con una gran cuenta.
Los sueños se cumplen si tienes claro el objetivo. La frontera entre el dolor y la ilusión puede ser muy difusa. 2012 ha dejado una marca agridulce, excepcional en mi vida.
Imagen vía Stockerre en Flickr