A menudo escucho bromas a las que intento no dar importancia: "es que tengo Parkinson", cuando alguien temblequea; "es que tengo Alzheimer", cuando a alguien se le olvidan las llaves de casa. Nos duele lo que nos toca y nos descojona lo ajeno. Cosas con las que hay que vivir, sin remedio.
Cuando surge el tema y alguien me pregunta qué enfermedad ha llevado a mi padre a la demencia y el nulo control sobre su cuerpo, al responder Parkinson, adivino gestos de extrañeza. Y hablan del temblor, un temblor que no siempre aparece, dependiendo del tipo de EP que se padezca.
Cuando diagnosticaron a mi padre tenía 57 años. Se derrumbó, nos derrumbamos, y una vez informada de los estadios de la enfermedad me costaba la vida imaginar a aquel hombre portentoso sumido en ellos.
Hubo negación, hubo depresión, desequilibrios de la potentísima y alucinógena medicación. Alucinaciones reales que no sabíamos bien como atender. Esos hombres que ves sentados a tu lado no están ahí. Paranoia, desconcierto, locura. Don Quijote de la Mancha en camisón luchando con molinos.
Un paso más, da un paso, solo un paso. Arranca, sigue, no, no te pares. Uno dos, uno dos. Levántate, ayuda un poco. Un bastón, una silla, una grúa. Afasia, palabras que no llegan. Frases inconclusas que terminábamos nosotros. Gritas por las noches, angustia. Sueños reales, vagas por la casa desnudo.
Te parto la comida, te ayudo, pero intenta comer tú. Gelatinas, purés, no puedes tragar. Abre la boca, otra, un poco más. Neumonía. Duermes, no hablas. Ya no hablas. Duermes. Duermes demasiado.
Podría haber escrito algo muy técnico, explicando los porqués de la enfermedad, su sintomatología. Eso lo tenéis en Google. Aquí tenéis la vida con un enfermo de Parkinson.
Cuando veáis por la calle un anciano que carece de expresión en la cara, que anda con una cadencia extraña sin mover los brazos, que se para y deja pasar una fila de coches, perros, niños, caminantes, antes de dar un paso, ese paso que le cuesta un triunfo, sonreidle. Os lo agradecerá.
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