Quien me conoce bien sabe que sentada a la mesa de un restaurante hay algunos gestos que calientan el reactor nuclear que llevo dentro. Son detalles que se repiten en muchas casas, en algunas de manera inexplicable si atendemos a su cuenta final y al nivel de exigencia que esta debe marcar.

Este fin de semana ha vuelto a ocurrir donde menos lo esperaba, en un restaurante en el que el cubierto no baja de 70 euros y su servicio muestra sin complejos una marcada jerarquia, señalada por la vestimenta, y una forma de hacer las cosas a la manera clásica.

Querido jefe de sala, Service Instructor Senior Manager, maître d'hôtel, hostelero. Ya puedes enseñar a los camareros a hacer el pino mientras sujetan una bandeja de un metro de diametro con los dedos levantados, o destinar el horario laboral de una señora a repartir pan de un sofisticado cesto por la sala, que si un camarero retira un plato a la mitad sin preguntar al cliente, ni siquiera mirarle, algo no estás haciendo bien. Da igual que me digas que eran los aperitivos, da igual porque estaban cojonudos, los estaba disfrutando y no son cortesía de la casa, los pagué a cinco euros el cubierto, como rezaba el desglose.



Debes pensar que quizá esa pareja de la mesa cinco no va a andar con prisas un domingo a mediodía, máxime si les ves cogerse de la mano tras ojear la carta. Quizá hayan ido a tu restaurante a pasar un rato relajado, no a que les sirvan la comida como el grano a las gallinas. Si te llevas un plato sin terminar porque en cocina te han dicho que ya tienen los primeros, estás mandando un mensaje: estimados comensales, tenemos prisa. Pero hombre, que es el aperitivo, que hemos pedido dos entrantes fríos a compartir, deja el plato a un lado, sé cortés.

Si cuando tomas la comanda de los postres me preguntas -¿tomarán cafe?- estás activando una alarma interna, esa que dice que vas a lo cómodo, que das por finiquitada la comanda y que te importa un azucarillo que se me quede frío el café, o que me trague de dos bocados el postre para poder tomarme el Colombia aún caliente.

Si contesto -pediremos el café después del postre- no pongas cara de fastidio, es lo más normal, tú y tus malas formas me habéis obligado a ponerme los pantalones de cuadros. Y recuerda, no he ido a tu casa a ponerme en guardia.

Si vas a servirme un licor de cortesia hazlo después del postre, no antes; después del café, no antes. Sobre todo si me presentas dos botellitas recién sacadas del congelador, con su escarchilla y todo, y vas a tardar veinte minutos en servir el hojaldre. Estaré todo ese tiempo viendo cómo la escarcha se derrite y deja un cerco en la mesa, y finalmente, cuando llegue el momento de tomarlo, estará de todo menos frío.

Querido jefe de sala, Service Instructor Senior Manager, maître d'hôtel, hostelero, no te dejes ganar por la prisa, atiende los pequeños detalles, son los que hacen grande un servicio.
*Las imágenes que ilustran el post pertenecen al restaurante temporal de Casa Decor 2010 en mi galería de Flickr.